La sangre goteaba de sus brazos hasta el suelo en donde ya había un charco del precioso líquido rojo. La mujer se defendió a balazos hasta que se quedó sin munición, intentó correr para alertar a su amado, pero en el mismo instante de levantarse lo ve llegar, disparando en todas direcciones desde el sendero del bosque. Un grito sale de la boca de Laura, verla recostarse contra un árbol y la sangre que manaba de su pecho lo vuelve loco. Cruzó caminando el claro hasta donde salían los disparos de los hombres, que los fue ultimando uno a uno mientras estos sorprendidos por la forma de atacarlos, no supieron como reaccionar, y esa fue su perdición.
Su amor, su Laura yacía en el piso y de su boca ya no salían palabras de amor y sensualidad, un gorgoteo de sangre escupía la mujer, atragantándose las palabras, comenzó a contarle todo a Gabriel, agachado al lado de ella escuchaba atentamente lo que le decía. Sus lágrimas eran intensas y amargas, le quemaban el alma y su corazón, ese corazón que había empezado a vivir, despertado de su coraza de pólvora y plomo. Con el último esfuerzo de su cuerpo, lo tomó por los hombros y lo besó profundamente en una mezcla de amor, sangre y dolor.
Escondió los cuerpos de los asesinos y salió en busca de alguien más, de alguna forma llegaron al pueblo, en alguna parte cercana al bosque el chofer debería estar esperando la llegada de los tres hombres para llevarlos de vuelta a la ciudad.
El grito de dolor del hombre al entrar la bala en su pierna lo sorprendió al asesino, que se acercaba para constatar que el chofer no intentara dispararle a él. Un nuevo disparo pero esta vez en el hombro fue para dejarlo incapacitado de defenderse. Mira a su alrededor para ver que nadie se diera cuenta de lo que sucedía, luego toma al hombre por los brazos y se interna en el bosque dejando un reguero de sangre como un sendero.
Al revisar los bolsillos del hombre encuentra un cuchillo afilado como un bisturí, blandiéndolo delante de su cara le pregunta quien encargó este trabajo con la punta del cuchillo a unos milímetros del ojo.
Al terminar de limpiar el cuchillo en la hojarasca del suelo, fue a buscar a Laura y alzándola suavemente la lleva en dirección a su cabaña. Rociando de combustible todo el lugar mira por última vez a su amor sobre la cama que compartieron casi un mes de amor y sensualidad hasta el final inevitable, ese que él tanto temía.
Las lágrimas que derramaba mientras veía como el fuego comenzaba a crecer alrededor de la cabaña salían al recordar la confesión de ella antes de morir. Era una asesina, era la famosa Malena, la más cotizada de las mujeres asesinas y el destino hizo que se le ofreciera el trabajo de buscarlo y matarlo al día siguiente de conocerlo. Ella le dijo en sus últimas palabras que lo amó en el mismo instante que entró en su tienda y que rompió el contrato por amor. Pero la fueron a buscar al incumplir su trabajo y sospechaban que ocultaba algo y así los alejó de la tienda y la cabaña, nunca pensaron encontrarlo a él los encargados de matarla. Ni se dieron cuenta que eran seguidos al bosque por un asesino furioso.
Mientras crecían las llamas se le acerca un perro negro, despeinado y con cara de tristeza se sentó a su lado a contemplar el fuego. Era un callejero que un día encontraron merodeando la cabaña en busca de comida, Laura lo adoptó así como era, libre y sin correas, solamente lo llamó Pillo. Con un suspiro lo llama al perro y se van juntos, el perro hambriento y el hombre con sed de venganza.
Gabriel
01/12/09
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