Las manos tintas en sangre, pero con la satisfacción de la venganza concluida. Su odio no terminaría nunca pero por lo menos ya no tendría ese ácido carcomiéndole por dentro de la venganza.
Esto pensaba mientras terminaba de degollar al último miembro importante del grupo. En realidad su odio provenía de la vulnerabilidad que había encontrado al enamorarse de Laura. Y solamente exteriorizaba ese dolor en los asesinatos. La culpaba por eso, por haberle mostrado un universo completamente desconocido y quitado golpe. El amor que había sentido por ella ahora se había transformado en el peor odio conocido. Cada vez que mataba a los involucrados que fueron participes necesarios del tiroteo en el bosque, era como si la matara a ella, tal era su furia. Lo dejo desnudo en su corazón ante el mismo, no se lo perdonaba ni se lo perdonaría nunca. Un dolor ciego le carcomía el alma, la necesidad de abrazarla con fuerza por el amor y las ganas de estrujarla hasta quitarle la vida por la soledad que le dio. Claro que ella murió meses atrás, pero sus sentimientos eran demasiados fuertes aún, le impedían pensar con claridad cuando Laura reaparecía en su mente. Lo obnubilaba a tal punto que se quedaba horas mirando la nada, perdido en un mar sin rumbo, como si todo lo conocido hubiera dejado de existir junto con ella. Y su odio era irracional. Odio lo que amo, sería el análisis del ceño fruncido y su pensamiento si alguien lo viera
Su trabajo estaba finalizado, ya no quedaba nadie importante para perseguirlo, solo los investigadores. El grupo masón que durante más de doscientos años tuvo sus negocios en aquella ciudad, necesito poco menos de tres meses en desaparecer a las manos de un asesino con el corazón roto. Ni siquiera las familias pudieron huir, al primer movimiento que hacían de escape, era el inicio de la masacre.
El hombre no tenía limites, cada vez que tajeaba, disparaba, descuartizaba o torturaba, siempre en su mente estaba laura. Su amor. su razón de odiar.
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