domingo, 29 de agosto de 2010

CORAZON...32º CAPITULO

La última vez que se sintió así, termino con una bala en una pierna, pero esa era una historia lejana. En cambio ahora su nerviosidad se debía al encuentro que tenía planeado con el detective, muchas cosas debería decirle, pero con solo dejarle el libro que le quito al Gran Maestre sería suficiente.
Recordaba las palabras y enseñazas de su maestro, cuando le decía que debía ser fiel con sus empleadores hasta las últimas consecuencias…pero que las últimas consecuencias no sean ellos mismos. Y así fue adquiriendo experiencia. Cumpliendo los trabajos pero sin dejar de observar muy de cerca a quienes lo contrataban. Su fidelidad no tenía quiebres, pero siempre estaba pendiente de que no lo silenciaran eternamente. A raíz de esta costumbre de cuidarse por todos lados había adquirido una sensibilidad con todo lo que lo rodeaba. Nada se le escapaba, ni el más mínimo detalle, todo quedaba registrado en su mente. Lugares y personas, olores y texturas. Sus manos fuertes y suaves podían diferenciar distintas formas y durezas, todo era esencial. Nunca sabía cuando alguna información le sería tan útil que podría salvar su vida o ayudar a terminar la de otro.
A veces se sentaba en el medio del bosque sin brújula ni nada que lo pueda orientar mecánicamente o por carta. Solamente se concentraba con los ojos cerrados, aspiraba suavemente el aire y sentía la brisa en su rostro, escuchaba a los animales y los ruidos del bosque hasta que tenía una noción de todo lo que lo rodeaba, al abrir los ojos todo un mundo que era extraño en ese momento, se transformaba en algo conocido.
Ahora se concentra en lo que debe hacer, cumplir con una promesa que hizo hace mucho y nada tenía que ver con el detective.
Revisó por tercera vez el cargador y que el silenciador estuviera bien puesto, aunque no usaría la pistola la llevó por las dudas.
Un golpe en la cabeza y el desmayo se produjo al instante.
Al despertarse las luces colgaban del techo que lastimaban los ojos sensibilizados por el golpe. Estaba desnudo atado de pies y manos sobre una tabla apoyada en caballetes y por eso tenía poca visión de su alrededor, una cinta en su frente lo amarraba para que no pudiera incorporarse. Escucha una puerta abrirse detrás de él. Con todo el miedo y la ansiedad de no saber que hace allí ni como llegó y presintiendo que no es nada bueno. Comienza a moverse desesperadamente intentando zafar de sus ataduras, solo escucha una risa profunda y fría retumbar en el cuarto. Intenta gritar, pero su lengua no le responde. Su captor le indica que le inyectó una droga para que se relajara y que le impediría hablar.
En su mente cientos de preguntas y respuestas, intentando descifrar que hacía allí. Amigos y enemigos por igual intentaba en sus recuerdos compararlos con la voz de esa persona que aún no había visto.
Un rostro se acerca desde atrás, un pasamontañas le impide ver quien es. Vislumbra una mirada risueña en su captor lo que por un momento lo lleva a pensar que todo es una broma pesada y muy cruel. El hombre dándole la espalda se lo veía revolver cosas metálicas sobre una mesa enchapada. Al darse vuelta puede ver lo que lleva en sus manos, una pinza pequeña de acero inoxidable y un bisturí parecidos a los que ha visto en televisión en programas médicos. Lágrimas de terror comienzan a humedecer su cara, al ver esto el asesino se ríe, con esa típica risa suya profunda y brutal. Con suavidad y rapidez comenzó a realizar pequeños cortes en las piernas con el bisturí mientras el hombre emitía gritos ahogados por la droga y el dolor. La piel rasgada por el corte luego era metódicamente arrancada con la pinza en tiras de diez centímetros y colocado sobre una bandeja. El hombre se desmayaba por momentos y se despertaba cuando el asesino le ponía una ampolleta bajo la nariz para despertarlo. Una y otra vez durante tres horas repitió la tortura, sin preguntas ni amenazas. Lo que hacía, lo hacía por venganza. Luego le curó y vendó las heridas, cuando se lavaba las manos, de su notebook salen unos pitidos que le indican la entrada de un mail, abre el programa para leer los datos encriptados. Unos segundos después una mueca se pinta en su cara, el semblante se fue obscureciendo a medida que iba leyendo, uno de sus informantes dentro de la policía le daba aviso que existían unas fotos, las fotos de él y que muy pronto se vería acorralado, tarde o temprano lo encontrarían. El policía era de confianza, años atrás hizo un trabajo para él. Un violador de esos que salen y entran continuamente de las cárceles por sus gustos especiales, tomó de sorpresa a su hija, una niña de catorce años borrándole para siempre su inocencia. El agente al ofrecerle el trabajo junto con el informe del delincuente donde explicaba que por un tecnicismo legal se encontraba libre de culpa y cargo por tener un abogado muy astuto y sin escrúpulos. Por supuesto que hizo el trabajo y sin cobrar por sus servicios. El policía lloraba de alegría al saber que se haría justicia de una forma u otra. Lo que le llamaba la atención al asesino es que el aviso de peligro le llegara justo ahora, en el mismo momento en que descansaba luego de torturar por horas a ese abogado que parecía estar con Dios y con el diablo, sin importarle mucho de que lado estar entre inocentes y culpables.
Le llevó muy poco pensar lo que debía hacer. Se acerca al abogado y lentamente se quita la máscara para que vea quien es el que le quitará la vida. El hombre cierra los ojos fuertemente, cree que si no mira al torturador este no lo matará. Una bofetada con furia le obliga a mirar a su captor. De un bolsillo trasero del delantal de plástico que usaba para no mancharse de sangre saca una foto y la acerca a los ojos del leguleyo. Un segundo le llevó reconocer la foto de la niña violada y desfigurada para siempre por su cliente. Sus ojos ahora demostraban toda la comprensión de porque estaba ahí siendo torturado, hubo un atisbo de súplica y nada más. Su mirada se torno lejana, como si ahora se diera cuenta de todos los males que causó como abogado de los delincuentes, escorias de la tierra.
Ahora el asesino tenía una cuchilla aserrada en la mano derecha, la que se usa para cortar costillas en las autopsias y en la izquierda una tijera para quitar el esternón. Le inyecta un anestésico que le quita el dolor pero que lo mantiene despierto, mientras espera que haga su efecto contesta el mensaje del policía. Al volver a la mesa observa que la respiración del hombre era sin agitaciones, satisfecho de lo que va a hacer, toma las herramientas de trabajo de la mesa y con movimientos enérgicos y precisos corta al abogado con la conocida técnica vista en las morgues en forma de Y. Luego de cortar las costillas y expandir el tórax con la herramienta de toracotomía, descansa un momento para secarse el sudor de la frente, todo delante de los ojos abiertos por el asombro del hombre.
Lentamente le explica lo que le va a hacer, a lo que el abogado con las pupilas dilatadas solo pudo pestañear.
Del techo cuelga un espejo grande sobre el abogado para que el mismo pueda observar lo que sucederá a continuación. Comprobando que puede ver su pecho abierto, con una gran sonrisa le muestra una tijera grande con la que procede a cortar las arterias del corazón, una vez separado el corazón de sus ligaduras, lo levanta triunfalmente y se lo muestra al abogaducho. Un alarido de terror se puede ver en sus ojos llorosos, un último suspiro y muere con la imagen de su corazón insensible en las manos de otro hombre, que tampoco poseía corazón, ya que este se había secado y muerto por un amor.



Gabriel
27/01/10

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