Luego de pasar varias veces por el lugar, constató que la cuadra
estaba desierta, todos dormían en el barrio. Comprobó que su pistola
estuviera cargada y lista, hacía años que usaba el mismo modelo, calibre
22 con silenciador, siempre se reía cuando veía las películas de
asesinos a sueldo, cuando sacaban una enorme pistola y vaciaban el
cargador aturdiendo a todo el mundo. Ser asesino es una profesión, un
arte, un silencio, contaba a los que aprendían con el. Las armas son una
consecuencia, pero uno debe estar preparado para matar con el cuerpo y
en silencio. Años de entrenamiento para convertirse el mismo en un arma
letal. Decenas de técnicas aprendidas, practicadas, usadas con
efectividad en las tareas. Con el tiempo todo era natural, cada paso que
daba estaba medido, pensado en todas las causas posibles derivadas de
un error, de un testigo. Cuando le pedían que lo hiciera pasar por un
suicidio, decía simplemente, morirá. Dejando de lado todo pedido, si lo
quieren muerto, muerto será. No importa como, eso lo decido yo. A veces
la gente se olvida a quien contrataban, pero solo una mirada bastaba
para que cada uno cumpliera su papel, los contratos se pagaban por
adelantado. A veces, le ofrecían casos en donde no cobraba. Casos
especiales, donde sentía placer por el trabajo, plena satisfacción.
Este era un caso así.
La
obscuridad de la arboleda en la esquina, le ofrecía un reparo a miradas
curiosas. El silencio era total, a esa hora de la madrugada era cuando
uno duerme más profundamente, mucho días y noches observó la casa, para
familiarizarse de todos los detalles. A pocos pasos de la entrada saco
un trozo de carne y lo arrojo dentro del patio, espero un momento y vio
que el perro estaba olfateando la carne. Apunto bien a la cabeza y
disparo dos veces, como había aprendido. Con tranquilidad tomo las
capsulas del suelo y las guardo en una bolsa. Salto sin problemas el
portón. Inmóvil observa la calle y las casas, por si alguien escucho el
salto. Mueve al perro muerto detrás de un árbol para que nadie pueda
verlo. Lentamente sin movimientos bruscos se acerca a la puerta de la
casa. Sonríe viendo la cerradura de paleta, son las mas fáciles de
abrir. Luego de no mas de un minuto, guarda sus instrumentos con los que
destrabo lo cerradura. Se coloca la valaclava en la cabeza que solo
deja ver los ojos. Pone dos balas más en el cargador. Comienza a
relajarse para realizar bien el trabajo, sin errores. Recorre la sala.
Mira las fotos familiares, banderines de equipos de fútbol. Infinidad de
cosas por todos lados. Al llegar a las habitaciones, respira
profundamente y recuerda, dos balas para cada uno, no puede fallar, no
debe fallar. Le lleva cinco minutos terminar el trabajo y dos cargadores
completos. Recupera las dieciséis capsulas expulsadas. Se sienta
tranquilamente, revisa la computadora buscando los datos que debía
llevarse y los graba en un pendrive, enciende la hornalla de la cocina y
deja abierta la puerta del horno para que el gas haga su trabajo.
Mirando que todo quede en orden, cierra la puerta volviendo a trabar la
cerradura.
Llegando a la esquina, mira casa por casa, no debían
quedar testigos. Ningún movimiento en el barrio. Con una sonrisa se va
caminando mientras enciende un cigarrillo. A pocas cuadras de distancia
se escucha una explosión, tira el cigarrillo con una mueca. Estas cosas
matan.
02/08/09
Gabriel
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