Masticaba con nerviosismo un caramelo, hace poco había dejado de fumar y la ansiedad la calmaba con dulces. Mientras hablaba con el patólogo forense, comía un caramelo tras otro. Ante la mirada impaciente del médico, decide dejar las golosinas por un rato y ver los resultados.
Calibre 22, apenas se pueden distinguir las balas. Por eso era el calibre más usado entre los sicarios ya que era efectivo a corto alcance y se deformaba tanto la bala al golpear carne y huesos que no quedaba ninguna línea para poder rastrear el arma usada. El forense encontró con mucho trabajo los orificios de entrada, ya que los cuerpos estaban carbonizados incluidas las piezas dentales, todo un trabajo para los patólogos. Los disparos certeros al corazón, no dejaban dudas de la causa de la muerte, pero creían que el incendio era para terminar con algún moribundo y borrar toda huella dejada.
Las balas deformadas, irreconocibles, estaban en una bolsa plástica etiquetadas como prueba. Al verlas se dio cuenta que era imposible identificar de que pistola había sido disparada. El asesino hacía muy bien su trabajo, pero el investigador también era un profesional en lo suyo. Era una lucha por igual. Mientras sale de la morgue lee una lista de tres posibles joyerías en donde se pudiera fabricar a pedido el prendedor que había encontrado.
03/08/09
Gabriel
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