domingo, 29 de agosto de 2010

MATAR...5º CAPITULO

Primero debes disparar al corazón, luego si quieres disparas a la cabeza, pero recuerda que el calibre es pequeño y los huesos de la cabeza muy gruesos, es preferible dos disparos certeros al pecho. Esta era la indicación que le daba su instructor. Mientras practicaba en un blanco, se imaginaba como sería matar, su primer trabajo. Como francotirador del ejército, había matado a mucha gente, pero a larga distancia. Ahora la sangre la vería de cerca y las expresiones de las caras al sentir la muerte.
Aprendió a fabricar sus propias armas con lo que tenía a su alcance. Explosivos, silenciadores caseros, cuchillos, trampas y hasta ahorcamiento con una cuerda de piano, podía partir con ella una sandía en dos segundos, tal era la practica que había logrado en esto.
Pero tal preparación necesitaba ponerla en práctica y esto sería puesto a prueba esa misma noche. La ansiedad que tenía no era por algún sentimiento de culpa por lo que debería hacer, tenía temor de fallar, sería observado hasta el más mínimo detalle, un error y sería el primero y el último que cometería.
Comenzó días antes con el trabajo de inteligencia. Comprobó horarios, que siempre fueran los mismos, hábitos de salidas al trabajo, compras, paseos. Amistades que visitaban la casa. Horarios nocturnos, comidas. Escuchas telefónicas, intentando descifrar si estaban al tanto del seguimiento. Monitorear el trabajo de la policía en esa zona. Todo era muy importante y no podía guardar la información, todo tendría que quedar en su memoria. Una de las pruebas más difíciles fue soportar la tortura, para revelar información. Le enseñaron a olvidar cada detalle luego de una tarea. Era un proceso largo, pero seguro. Tal así, que podía hasta olvidar su propia identidad y comenzar una nueva si quisiera. Era el mejor estudiante, lo mejor de la elite de asesinos. Pero faltaba algo, su primer trabajo.
Luego de revisar una y otra vez sus armas, decide que ya era tiempo, no podía esperar más, casi amanecía. Se siente observado, pero sabe quien es, su instructor, preparado, listo para completar el trabajo si el no podía y para terminar con el también.
Con este peso en sus espaldas, solo piensa en una cosa, una frase que con el tiempo sería como una oración para el. No puedo fallar, no debo fallar.
Una sonrisa se puede ver en su rostro cuando ingresa a la casa.
Al regresar a su auto, saca de su bolsillo la bolsa con cuatro capsulas de balas calibre 22 y la coloca en el asiento del acompañante. Mientras miraba fascinado las capsulas, puede ver que sobre el respaldo del asiento había un prendedor. Con solemnidad lo toma y se lo coloca en la solapa de su traje. Su regalo de iniciación, un compás y una escuadra, el símbolo masón.



05/08/09

Gabriel

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