domingo, 29 de agosto de 2010

CABAÑA...24º CAPITULO

Los ñoquis estaban exquisitos. No tenía más que alabanzas hacia la cocinera, esta las recibía con una sonrisa tímida mientras servía un segundo plato. El vino que tomaban era suave y picante, como no estaba acostumbrado a tomar alcohol, lo hacía de a poco. A veces se le nublaba un poco la visión, pero enseguida se le pasaba. La cena, el vino y la calidez de la mujer hicieron que deseara que ese momento no terminara nunca. Luego de comer se sentaron en unos sillones cómodos a tomar unos tragos.
Para colmo de su falta de cultura alcohólica, ahora debería sentarse a seguir tomando. La mujer bebía su trago lentamente y lo miraba, como pensando que decir. El temor que tenía él era que le preguntara a que se dedicaba. Se sentía desarmado, aunque su pistola descansaba en su cintura, la mirada de la mujer lo penetraba muy profundo, muy dentro, un lugar donde nadie había llegado.
El vestido largo verde con un escote que quitaba el aliento, dejando mucha piel para admirar lo ponía aún más nervioso. El andar cimbreante de Laura y sus piernas magnificas lo hacían sudar a mares. Consciente del efecto producido en él, la mujer sonríe por dentro. Sabía que podía lograr eso en los hombres si quería. Una mirada felina y unas pestañas remarcadas en negro completaban el atuendo para matar. Pero había algo que le intrigaba a ella, un hombre como el, con esa presencia que se notaba era imponente, le resultaba un hombre tímido realmente, como si le faltara algo. Quizá algo que ella le podría ofrecer. A la vista le resultaba muy atractivo, ojos verdes con bordes grises le daba la sensación que podrían cambiar con el clima. Su pelo negro sedoso, parecía tan fino que sería difícil peinarlo. Lo que mas le gustaba eran esos brazos fuertes que se adivinaban debajo de la camisa, a punto de estallar y romper la tela. Su espalda bien formada demostraba mucho trabajo físico, pero sus manos y dedos pequeños no parecían haber conocido el rigor del clima, manos muy cuidadas, como si trabajara finamente con ellas, parecían manos de pianista, pero fuertes.
El asesino observaba la cabaña, era de dos plantas, mezcla de troncos y ladrillos a la vista. Una escalera en ángulo llevaba al comedor, cocina y dormitorio, todo junto estaba. En la plata baja un sin fin de cachivaches guardados de quien sabe que tiempo. La cama se veía desde el comedor, un pequeño televisor sobre una mesa indicaba el gusto de la mujer por las películas antes de dormir.
Luego de un silencio agradable, cada uno en sus pensamientos y compartiendo un cigarrillo, las miradas se encontraron de nuevo. La mujer toma la iniciativa, deja su copa y el cigarrillo, acercándose a él, se inclina dejando su escote al alcance de sus ojos y mucha piel para desear. Quita el trago de sus manos, apaga su cigarrillo en el cenicero y llevándolo a la cama le dice -el cigarrillo mata-.



Gabriel
17/11/09

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